Siempre comienza con el espacio vacío. En el caso ideal, vacío y limpio.
[Play a Mstislav Rostropovich / J.S. Bach Cello Suite No. 1]
Llego temprano. Así como me apasiona el escenario con puertas aún cerradas, el tras-bastidores, el piano solo ante butacas y consola vacías, también me apasiona saborear el bar previo a la apertura. Cada día es una nueva función y ese espacio de intimidad, de no ruido, de expectativa en pausa lo disfruto y atesoro en mi cabeza. ¿Qué hago?, ¿qué pienso? Nada concreto. Intento reflexionar, ser, estar, masticar el momento.
En una oficina se planifica el día, se prevén tareas específicas y es muy fácil entrar en modo trabajo sin pestañear, con tan solo cruzar la puerta. Son escasos los momentos de contemplación del espacio.
Estando en fábrica (Cervecería Polar Los Cortijos) lo logré hacer de forma inconsciente por unos meses. Como parte de un proyecto de disminución de consumo de agua instalamos un medidor de condensado en un tramo de tubería que quedaba en uno de los puntos más altos de la planta. Cada mañana, a primera hora, subía una escalera (90°) de unos cuantos metros de altura a tomar nota del medidor. Desde arriba, me tomaba un minuto para ver a mi alrededor y enviarle una foto panorámica a mi esposa con el subject «Morning View». No solo estaba dando un gesto de amor, ayudando a ahorrar agua (y dinero), sino también, sin darme cuenta, saboreando el instante, el previo a la jornada laboral. Meditando.
Las oficinas no suelen ofrecer esas oportunidades. En un bar, a pesar de que la agenda se llena fácilmente con inventario, limpieza, producción (sin contar con las tareas del emprendimiento), ese momento antes de abrir, para mi, es igual de mágico. Sin la vista, sin el aire golpeando tu cara ni el sol recién despierto, pero con la frescura, el preludio, el saber que tienes un momento para ti.
Ahí lo tienen, esa es una de las razones principales por las que me apasiona llegar temprano. Otra es, por supuesto, dar el ejemplo. Y bueno, tengo que decirlo, la posibilidad de abrir antes y captar algún cliente más.
Así que aquí estoy. El bar cerrado, quedando 35 min para comenzar. Seguramente abriré en 10 min. Me siento en la barra un momento y veo a mi alrededor. Han pasado más de seis años desde que abrimos estas puertas. ¿Cuántos años más seguiremos aquí? ¿Cuántos locales más tendremos? ¿Estoy a mitad de viaje o al principio? En realidad justo ahora no importa. Hay Coronel Mostaza, hay música y hay reservas. Un chocolate para la jornada no estaría mal. Este año el verano probablemente venga fuerte, la primavera ha estado bien.
Trato de no pensar en nada, respirar la atmósfera que hemos creado y sigue mutando. No pensar. No. Pensar. Esto último me recuerda a Bruno Galindo. ¿Estará mal que use el recurso? Nunca deja de sorprenderme el bajo de «Ramble On». Foco en Bach. No. Pensar. No. Pensar. Respiro. Tengo tiempo para ir a comprar el chocolate y abrir unos minutos antes. Me imagino al Coronel Mostaza rompiendo incómodamente el silencio y diciendo: «Los parámetros están oscilando a la perfección. Preparen el despegue. Ya saben, sin prisa pero sin pausa.» No estoy seguro si le diría que no es una nave, que es un bar. Respiro. La función está por comenzar. Respiro una vez más. Despegamos.
¿El cierre? Ya esa es otra historia. Lo condiciona el cansancio, la facturación, la posibilidad de descanso, el trayecto a casa, la carga emocional, en fin, es otra historia.
Y siempre abrir. Volver a abrir.
El mañana siempre fresco sin equivocaciones! 😘