En hostelería somos muchos los obsesionados con ser memorables, cubrir necesidades – incluso más allá de nuestra razón de ser – y alcanzar y mantener la reputación que consideramos nos merecemos. Muchas veces vamos de lo sublime a lo ridículo. En esta anécdota (puedes leer más en Beer Bar Stories) hice ese viaje una y otra vez, por eso la escribí sintiéndome como un idiota de principio a fin. Juzguen ustedes mismos.
[Play a The Obsession de The James Taylor Quartet]
A las pocas semanas de comenzar en Bee Beer Chueca (2 de mayo del 2016) empezó a ir un señor «Y» con bastante frecuencia, es posible que «no haya sido lo tanto sino lo seguido». No solía tomar mucho, pedía la de trigo que tuviésemos pinchada y se tomaba una, quizás dos. Como los días eran bajos de flujo de clientes, tenía tiempo para conversar con él. Hablamos acerca de su trabajo, sobre lo mucho que viajaba y de Venezuela. Como embajador de la OPEP (alerta 1), sentía muy de cerca todo lo relacionado con mi madre patria. Sus historias se perdieron en mi memoria y lamentablemente no se me ocurrió escribirlas en aquel momento, lo cierto es que entre ellas mencionaba estar quedándose en el Hotel Ritz (alerta 2) y, como siempre, cada día tenía que resolver algo nuevo porque estaba rodeado de inútiles (alerta 3).1
Una tarde apareció en el bar con un recibo de luz, diciéndome que no había podido cambiar de titular y no lograba pagarlo desde sus cuentas de afuera (alerta 4). Estaba urgido porque, según él, le iban a cortar el suministro en cuestión de horas. ¿A quién se le ocurriría buscar saldarle la deuda? 5 estrellas. Así que me puse manos a la obra con recibo en mano y sin el dinero en efectivo a cambio. A pesar de mi estupidez y de intentar pagar su recibo, involucrando además a Marlene en el trayecto, por fortuna cósmica, no lo logramos. De verdad lo intentamos. Ese día nuestro cliente se fue tal cual entró.
La historia sigue.
Ya en este punto tenía suficientes excusas para tener las alarmas encendidas y actuar con cautela en el futuro, pero ante todo la ingenuidad por delante. Hoy en día sigo intentando mantener el espíritu colaborativo, pensar bien primero, ser empático y tratar de comprender al otro, antes que una constante predisposición a malas intenciones o a que pueden aprovecharse de mi, es decir, a estar siempre alerta.2 y 3 Aún así tengo que citar a Vanegas que siempre me decía: «Todos los días sale un pendejo a la calle y el primero que lo agarre es de él». Pues sí. Sin duda.
Así que a los pocos días regresó al bar con tres amigos. Dos hombres y una mujer. Se sentaron frente a mi, pidieron, bebieron, conversaron y pidieron otra vez. Bebieron más y conversaron más.
En algún momento se levantaron y se retiraron todos excepto él. Me pidió otra Schneider Weisse (sí, trigo). Se la serví. Conversamos unos minutos y lo llamaron por teléfono. Habló unos segundos. Colgó. Me miró y me dijo, «ya vengo que se metieron en la terraza del mercado. Dame unos minutos y vuelvo». Imprimí la cuenta para tenerla a mano a su regreso.
Prácticamente a todos los que estamos en este negocio nos han robado alguna vez, seguramente varias. Una de las anécdotas que tengo en mi inventario es de cuando rompieron la ventana de Debod y entraron al local. Pero la primera vez que me robaron fue esta. Inolvidable. Es posible que haya dejado la cuenta impresa por días junto a la caja registradora, con la esperanza de que no hubiese ocurrido nada. Pero más nunca regresó. A veces cuando camino por Chueca intento encontrarlo entre caras desconocidas pero jamás lo he vuelto a ver.
En aquel momento estaba el cuadrito de Dr. Insólito (nuestro IPA con piña, amante del reggae y del soul) mirándome desde la columna del bar, con piña colada en mano y con sus gafas oscuras. Estoy seguro de que me dijo «Una experiencia 5 estrellas. Te las ganaste todas y cada una. ¡Salud!».
Efectivamente, me la hicieron y me la gané. Y casi le pago la factura de luz.
¿Cuántas estrellas me pondrían?
1Hemos tenido muchos clientes donde esto, y más, podría ser perfectamente real, sin embargo, en retrospectiva se hace evidente que eran señales para ir con cautela.
2Se lee fuerte y bonito, sin embargo, en los días que estaba terminando de escribir esta anécdota me pasó lo siguiente:
13 de julio del 2022
Entró un señor a Bee Beer Chueca con pantalones kaki, camisa azul clara y iPhone nuevo en mano: «Disculpa, amigo, ¿qué tal? Soy esposo de Daniela, la rubia que viene mucho por acá. Vivimos justo al lado».
«No tengo idea quien es Daniela», le respondí con absoluta sinceridad.
«Si no sabes quien es me da mucha vergüenza pedirte un favor entonces».
«Cuéntame».
«No, no, olvídalo».
La situación es ridícula. Él parado allí, viendo hacia la puerta, insistiendo en que le daba vergüenza y yo alentándolo a que hablara.
«Estaba saliendo de la casa a buscar a los niños y el viento me cerró la puerta, con llaves y cartera dentro. Ahora estoy tardísimo y no sé qué hacer», concluyó.
Pretendiendo ser cauteloso le pregunté dónde estaban los hijos y por qué no usaba una app de taxi (Por la M-40 y aún no había asociado las tarjetas de crédito). Escribo la palabra «pretendiendo» porque en realidad he podido: 1) Pedirle su número de teléfono y llamarlo a ver cómo reaccionaba. 2) Decirle que llamara a su mujer y le pidiera un taxi pagando ella. 3) Pedirle desde mi teléfonl el taxi al destino que mencionaba.
Así que abrí la caja, saqué 20 euros y se los entregué diciéndole: «Si me estás robando, qué carajo. Pero si necesitas ayuda de verdad, aquí tienes»
Ya todos los que me leen saben que se fue y no volvió a aparecer.
20 de julio del 2022
Increíble. Estaba en Bee Beer Debod bajando las escaleras hacia los grifos cuando vi a Manu hablando CON EL QUE ME HABÍA ROBADO LA SEMANA ANTERIOR. Me acerqué acelerado y se lo dije. Me miró directo a los ojos y lo desmintió con absoluta entereza, me dijo que era el vecino de Ferraz, que si no me acordaba de él. Le dije a Manuel que no le hiciera caso, que me había robado la semana pasada. Le he debido tomar una foto. No se me ocurrió en el momento.
3 En Más allá del orden – 12 nuevas reglas para vivir, Jordan Peterson escribe: «…la confianza es vital: pero ha de ser una confianza madura y trágica. Una persona ingenua confía porque cree que las personas son en esencia -o incluso en su totalidad- dignas de confianza. Pero cualquier persona que ha vivido de verdad ha traicionado o ha sido traicionada… [abre la puerta a] una fe [en la humanidad] basada en el coraje, no en la ingenuidad.»